lunes, 31 de agosto de 2015

Rumores - Parte V

Rumores

 Parte V


El Despoblado, Oeste de Fonthalari:


Tharja siguió sus consejos. Tras eso, y aprovechando que el hechicero estaba ocupado y Owain roncaba, se escondió tras una roca cercana y se cambió de coracina; se agradeció mentalmente a si misma por haber empacado una de más.
Al cabo de un rato Owain despertó con un gruñido, maldijo y se sentó con las piernas cruzadas ayudándose con las manos para moverlas. Bufó, escupió al casi apagado fuego y alzó la vista, encontrándose con una Tharja que lo miraba en silencio. Se tiró de un extremo del bigote y le dijo: —Esto es lo más horrible que me ha pasado.
—Lo entiendo.
— ¿Cómo sigue tu brazo?—le preguntó mientras destapaba su cantimplora.
—Mejor. Harmut dice que para el atardecer lo podré mover con normalidad—respondió poniéndose de pie—. Me pidió que le avisara cuando despertaras.
— ¿Dónde está él?—Owain miró alrededor como esperando que el hechicero saltara de detrás de una roca.
—Apilando a los cazadores para incinerarlos al atardecer.
— ¿Y mis hombres?
—No lo sé, no los mencionó.
—Si se atreve a quemarlos junto a esa escoria…
—Le aplastarás alguna extremidad, supongo—lo detuvo con gesto tranquilizador—. No te preocupes, no lo hará.
Lo dejó mascullando y bajó por la ladera más cercana. En su mente aún estaban vívidos los recuerdos de la batalla del día anterior pero cuando vio la primera pira de madera y cadáveres envueltos en capas de tela y pieles de animales tomó consciencia de lo terrible que había sido, y de lo cerca que estuvo de ser un cuerpo más.
Tragó y se obligó a desviar la mirada. Un poco más alejado había un montículo de cosas ennegrecidas y sin formas definidas del cual aún salían delgadas volutas de humo. Fue allí y no se sorprendió al ver que eran los restos quemados de las serpientes. Se acercó más y miró detenidamente, tapándose la boca y nariz ante el fuerte olor a azufre que emanaba; un espeso y pegajoso líquido brotaba de algunos colmillos.
Caminó hacia el este y luego al norte bordeando la loma y buscando al hechicero, pero a cambio halló otras dos piras funerarias y más montículos de bestias quemadas. Finalmente lo encontró, sentado en una roca dándole la espalda. No pareció notar cuando se le acercó. Había una pira cerca y leña alrededor, y delante de él un enorme montículo de serpientes y otro más pequeño a sus pies.
— ¿Harmut? El hechicero volteó a mirarla; estaba pálido pero se las arregló para sonreír.
—Por tu expresión deduzco que ya viste algunas—le dijo haciendo un gesto hacia la pira y al montículo. Ella asintió, y un segundo vistazo a lo que estaba a los pies del hechicero le reveló lo que era: un montículo de cabezas cercenadas de serpientes.
— ¿Para qué las cabezas?
—El Concilio querrá saber qué fue lo que acabó con las vidas de sus hombres—contestó con amargura evidente—. Decapitarlas ha sido lo más desagradable que he tenido que hacer.
—No están quemadas—observó acercándose unos pasos.
—Estoy recuperando fuerzas para ello—ante la expresión de la mujer añadió—.No había leña suficiente para ellas, y aunque los cazadores huelan peor no merecen ser incinerados junto a las bestias que los mataron.
—Owain amenaza con romperte algún hueso si…
—Si meto a sus hombres entre ellos—Harmut asintió—. Veo que ya despertó. Vuelve con él y dile que no será necesario, sus hombres serán sepultados en la cima esta tarde. Iré en unos minutos. Tharja asintió y se apresuró en volver al campamento; sólo quería alejarse de ese horrible lugar y la perspectiva de pasar allí una noche más la deprimía.
A medio camino miró por encima del hombro en dirección a la solitaria figura que sentada en una roca jugueteaba con su cetro, y se preguntó de dónde sacaba fuerzas. Hasta ese entonces se había dejado llevar por las historias y pensado que los hechiceros eran seres tan lejanos y extraños como los elfos, ajenos al resto de hombres, a sus alegrías y miserias, arrogantes y carentes de toda empatía, pero Harmut le había enseñado que al menos él era tan humano como ella.
Al rato, ya en el campamento y tras llevarle el mensaje a un frustrado Owain, un súbito rayo cayó del cielo despejado justo en el lugar donde el hechicero se encontraba. Ante la mueca del Campeón ella dijo: —Sólo se está deshaciendo de los restos de las serpientes.

Harmut se les unió poco después, apareciendo por sorpresa de detrás de una roca envuelto en su capa. Habló poco, aplicó antídoto en las heridas de Owain, cambió sus vendajes y se marchó por dónde venido llevándose consigo una bolsa de cuero que había sacado de su fardo.
Cuando volvió los encontró comiendo un almuerzo frugal al lado de un reanimado fuego. Dejó caer la bolsa a un lado y se sentó entre ellos. Mirándolo con una mezcla de curiosidad y preocupación: — ¿Qué hay en la bolsa?
—Dale un vistazo si quieres. Tharja, quien ya sabía lo que contenía, arrugó la nariz.
—Bah, no puede ser tan malo—dejó a un lado su cuenco, corrió el cordón que la cerraba y espió dentro. Torció la cara.
—Malditas bestias—la cerró de golpe—. ¿Tienes alguna idea de qué son? Harmut se limitó a negar con la cabeza mientras mordisqueaba carne seca que había sacado de su fardo.
—Fue muy conveniente que trajeras un antídoto contra su ponzoña—añadió mirándolo fijamente. Tharja se tensó. Era evidente la sospecha en la voz del Campeón.
—Un regalo de mi mentor—el hechicero sostuvo la mirada—Sirve contra el veneno de los Escarabajos de Tormenta, de Escorpiones de Fuego y de Serpientes Marinas, de modo que supuse que serviría. De hecho es bastante similar al veneno de las Serpientes Marinas, aunque de acción más rápida.
— ¿Para qué exactamente te contrató el Concilio?
—No, Owain, los cristales Elteroth no tienen nada que ver aquí—contestó fríamente—. Fui contratado para protegerlos, a ustedes dos.
—Qué tontería—se burló el Campeón.
— ¿El Concilio temía por nosotros?—preguntó Tharja incrédula.
—Temía que los cazadores se sublevasen en vuestra contra. Eso los hubiera dejado en una situación muy incómoda, pues viajaban como protección. Si la ciudad se enterase de que algunos cazadores habían muerto por vuestra mano o viceversa hubiese sido un escándalo—explicó—. Mi misión era impedir que algo así ocurriera, y dadas las historias que se cuentan en las tabernas que los cazadores tanto frecuentan no parecía ser una especialmente difícil, al menos esa parte. También debía asegurarme de que salieran vivos de cualquier enfrentamiento que pudiera surgir.
—Tiene sentido—observó Tharja.
— ¿Lo tiene?—Owain aún miraba al hechicero con desconfianza.
—Tú eres el Campeón de la Torre, tu muerte sería una tragedia y nadie cuestiona la veracidad de tu palabra—contestó la mujer—. Y yo debo escribir un reporte para el Capitán Supremo, y con su sello el contenido tiene la verdad absoluta.
—No puedo discutir eso—admitió Owain—. Sé que debíamos sobrevivir a toda costa, esa era nuestra prioridad, pero jamás pensé que todos murieran. Incluso mis hombres.
—Conocían los riesgos y lucharon como fieras—dijo tharja.
—Y estoy orgulloso de ellos—aseguró el Campeón—Aun así… Esto olió mal desde el principio.
—Sabemos que el Concilio quería denigrar al Gremio de Cazadores—Tharja le dio la razón—. Me pregunto qué sucederá a nuestra vuelta.
—Anticipo una revuelta del Gremio—respondió Harmut.
—Y el Concilio se hará cargo de desacreditarlos lo más posible. No pararán hasta que se disuelvan.
—Que hagan lo que les dé la gana—Owain hizo crujir los nudillos—, pero no sacrificarán a más de los nuestros. Ya me encargaré de convencer a Boris de eso.
— ¿Boris?—preguntó el hechicero— ¿No era ése el nombre del Capitán Supremo?
—Lo es. Fue mi mentor antes de recibir el cargo—asintió—. Y Harmut, quiero enterrar a mis hombres.
—Necesito descansar un poco—le contestó—. Más tarde espero que Tharja pueda ayudarme a traer sus cuerpos y rocas para cubrirlos. Owain asintió en silencio, pensativo.

Tal y como el hechicero había dicho Tharja recuperó la funcionalidad del brazo herido pocas horas más tarde. De inmediato Harmut se desperezó y la llevó a una zona cercana al lugar donde esa mañana se habían encontrado. Allí, sobre una roca plana, yacían los cuerpos de los tres guardias; les habían cerrado los ojos, limpiado los rostros y manos y envuelto en sus capas para ocultar sus heridas.
Uno a uno entre ambos los cargaron y llevaron a un lugar cerca al campamento, en la cima de la colina. Allí fue Owain, caminando trabajosamente y usando una lanza para ayudarse, y esperó arrodillado delante de los cuerpos. Luego llevaron las piedras, fragmentos de rocas más grandes que fueron destrozadas durante la lucha, y los tres se dedicaron a la triste tarea de usarlas para cubrir a los fallecidos. Cuando terminaron, al lado de cada tumba colocaron las armas que blandieron en batalla, y Tharja dejó su escudo sobre la tumba del que había peleado a su lado.
—Alberick, Offer y Lunt, descansen ahora—Owain habló con voz grave y tranquila, solemne—. Sus nombres no serán olvidados, así como tampoco su sacrificio que nos ha permitido seguir vivos. Partan y encuentren su camino más allá de las tormentas de los cielos.
Permanecieron varios minutos allí, en silencio, hasta que el Campeón de la Torre puso una mano sobre el hombro de Harmut y le dijo: —Gracias. El hechicero sólo sonrió taciturno.
Poco después el sol empezó a ocultarse y el hechicero dijo que era hora de empezar a encender las piras funerarias. Owain todavía no era capaz de caminar lo suficiente y menos aún de subir o bajar la pendiente de modo que aceptó quedarse de brazos cruzados vigilando los alrededores mientras Tharja y Harmut descendían con yescas y pedernales.
Una a una las piras fueron ardiendo, pero faltando una y con las últimas luces desvaneciéndose la potente voz de Owain les llegó claramente: — ¡Lobos Gigantes! ¡Vienen del sur!
—Maldición—dijo Tharja y se apresuró a encender la pira.

—Tenías razón—le dijo Harmut—. El explorador trajo a la jauría.

lunes, 24 de agosto de 2015

Rumores - Parte IV

Rumores

 Parte IV


El Despoblado, atardecer al Oeste de Fonthalari:


Kurand había distribuido a sus cazadores rodeando la rocosa colina donde se encontraban ordenándoles que se mantuvieran atentos y dispararan a cualquier cosa que se moviera. La compañía de Owain se mantuvo en la colina y vigilaron mientras los cazadores recorrían el perímetro en completo silencio, pero sin suerte. Parecía que todas las bestias, incluso las más pequeñas, habían abandonado el lugar.
Fue entonces cuando los últimos rayos del sol bañaron la llanura y las sombras se alargaron. Observando detenidamente Tharja notó que las sombras causadas por las grandes rocas crecían demasiado y muy rápidamente, y eran más oscuras que la noche. Con una fea sensación en la garganta dio un codazo a Owain y se las señaló con un gesto.
—Son sólo sombras—dijo él.
—Míralas bien—insistió—. ¿No te parece que fluyen?
— ¡Kurand!—llamó Owain al cazador— ¡Creo que…! El Campeón enmudeció cuando una de las sombras se alzó por encima de la tierra y con un agudo silbido se lanzó contra tres cazadores desprevenidos.
—No puede ser—Tharja observaba aturdida cómo las sombras, una tras otra, se alzaban y atacaban a velocidad sorprendente. El aire se llenó de los gritos de los cazadores y de un olor penetrante que hacía arder las fosas nasales y lagrimear los ojos.
— ¡Tharja!—Owain la zarandeó con una mano— ¡Debemos ayudarlos! Y sin esperar respuesta desenvainó y seguido por dos de sus hombres cargó contra la bestia más cercana, partiéndola en dos con un sablazo.
Tharja se tomó un instante para mirar alrededor; solo ella y el guardia de mayor edad quedaban en la cima. El hombre la observaba con expresión fúnebre, paciente. La mujer asintió con la cabeza, apretó la mandíbula y corrió hacia la parte más occidental desenvainando espada y escudo. Tres sombras le salieron al encuentro mientras bajaba a saltos la pendiente, y entonces se dio cuenta que eran serpientes de cuerpos y cabeza chatas, mandíbulas grandes y enormes colmillos. Rebanó a una con una espada, cortó a otra con el filo del escudo y la aplastó la cabeza a la tercera con un feo crujido.
Acompañada por el guardia intentó socorrer a los pequeños grupos de cazadores que se encontraban cerca, pero siempre llevaba tarde; los hombres morían ya fuera por las heridas o por el humeante veneno que les calcinaba la piel, evaporaba la sangre y derretía los huesos en pocos minutos de agonía terrible. Pronto se dio rodeada de cadáveres y moribundos, y una vieja, conocida y odiada sensación de impotencia le embargó por un instante.
Reaccionó justo a tiempo. Una bestia había trepado reptando a una roca cercana, fuera de su rango de visión, y se había abalanzado sobre ella con la boca abierta y los colmillos apuntando a su rostro, pero el siseo la alertó y alzando el escudo al tiempo que giraba su cuerpo se protegió. Los colmillos perforaron el escudo justo por encima de las correas que lo sujetaban a su brazo y el veneno empezó a gotear. La serpiente se agitó furiosa intentando liberarse, pero Tharja la aplastó contra una roca.
Inspirado el guardia redobló sus esfuerzos, ignorando las heridas en sus piernas y brazos, y espalda con espalda hicieron frente a las serpientes que se acercaban desde todos los ángulos. Finalmente, con un grito ahogado, el guardia cayó. Tharja se deshizo de la pareja de bestias que la acosaba y, aprovechando que no se veía ninguna en las cercanías, se arrodilló al costado del hombre.
No se le ocurrió nada que pudiera decirle a una persona con tales heridas, e incluso de haber encontrado alguna sabía que era sido inútil hablar. El guardia, con la mandíbula apretada y los ojos llorosos, se arrancó un dije que llevaba al cuello y mientras ella lo recibía masculló: —No olvides por quien vivimos. No olvides por quién morimos.
—Vienen más—añadió el hombre. Y tenía razón. Tharja no lo había notado pero al menos una docena de serpientes reducía la distancia entre ellos rápidamente. Antes de que pudiera reincorporarse y hacerles frente algo sucedió. Una esfera se pequeños relámpagos se formó alrededor de ellos; la bestia más rápida se arrojó contra la barrera, se calcino y rebotó algunos metros.
—Hechicero—el guardia sonrió por última vez antes de que el aliento de vida se escapara de sus labios. En ese momento un trueno retumbó y sacudió las rocas y un rayo enorme cayó sobre ellos, haciendo temblar la barrera y matando instantáneamente a las serpientes. Cuando acabó, tan súbitamente como había empezado, la tierra humeaba, olía a azufre y la barrera había desaparecido.
Lo que Tharja vio cuando se puso de pie y miró hacia la falda de la colina fue sobrecogedor. Harmut caminaba hacia ella, su cabello y barba estaban erizados, sus ojos y manos chispeaban y su cetro vibraba y arrojaba chispas cada vez que lo movía. La miró de arriba abajo y le dijo: —Sígueme, Owain nos necesita. Su voz era completamente distinta, resonante como el sonido de un rayo golpeando una barra de cobre.
Corrieron al sur, donde los gritos de Owain eran perfectamente audibles por encima del jaleo de la batalla. Tharja temió que fueran gritos de dolor y agonía, pero cuando estuvieron más cerca se dio cuenta que eran insultos, maldiciones y provocaciones varias. Aparentemente el Campeón estaba bien y eso le dio ánimos. Forzó la carrera y con un gran salto llegó a su lado, a tiempo para cubrirlo del ataque de una serpiente que se le había acercado por la espalda en silencio.
—Parecen ser las últimas—gimió Tharja.
—Demasiadas—contestó Owain.
Lucharon juntos, siempre retrocediendo y subiendo la ladera de la colina. Harmut, envuelto en una esfera de relámpagos, corrió por el flanco derecho matando e hiriendo serpientes con las chispas azules que lanzaba con su cetro, trepó a una roca y alzó una mano al cielo, se concentró unos instantes y apuntó el cetro en dirección a las serpientes. Un rayo chisporroteante cayó y tocó su mano alzada.
— ¡Cúbrete!—gritó Owain refugiándose tras una roca. Ella lo hizo, ayudándose con el escudo. Notó un gran destello seguido por varios más pequeños, y se estremeció cuando una corriente eléctrica tocó su escudo suavemente. No oía nada, los tímpanos le zumbaban y su corazón galopaba dolorosamente. A su izquierda vio a un pálido y desgreñado Owain salir de detrás de la roca con cautela y lo imitó.
El lugar estaba lleno de bestias que habían muerto de distintas maneras, rocas despedazadas, cadáveres de cazadores y armas y parafernalia diversa regadas por doquier. La tierra estaba chamuscada en algunos puntos y todo apestaba a sangre, fluidos, cuerpos calcinados y azufre. Era una visión espantosa que le provocó náuseas. Owain no tenía mejor aspecto y miraba con ojos desorbitados a Harmut, quien caminaba hacia ellos evitando los cuerpos.
— ¿Algunos de ustedes fue mordido?—les preguntó. Su voz y su aspecto habían vuelto a la normalidad, pero sus ojos aún chispeaban. Ninguno respondió. El hechicero maldijo y apuró el paso. Tharja gimió; un súbito dolor punzante y candente le atenazaba el brazo que sostenía el escudo. Dejó caer la espada y revisó el escudo; estaba calcinado.
—Veneno ácido—dijo Harmut ayudándole a aflojar las correas para quitárselo.
—No me mordió.
—Si lo hubiera hecho quizás sería demasiado tarde—contestó el hechicero. El veneno había corroído el guantelete y la tela bajo él y había llegado a la piel. Distraída Tharja vio que sacaba un frasquito con un líquido verde y vertía unas pocas gotas sobre la piel afectada; de inmediato el dolor amainó y una sensación de entumecimiento se extendió por su brazo.
— ¿Qué es?—le preguntó con inquietud—No siento nada.
—Antídoto. Entumece un poco pero pasará rápido—contestó—. Revísate; si tienes más heridas debo ocuparme de ellas por más leves que sean.
La dejó descansando sentada en una roca y fue con Owain, que apenas se mantenía en pie. Los oyó discutir pero estaba demasiado agotada y turbada como para prestar atención. Intentó concentrarse en buscar más heridas causadas por colmillos o veneno, pero no encontró ninguna. Tenía algunos moretones y cardenales y un costado le dolía en el punto en el que había golpeado involuntariamente una roca, pero no era nada grave.
Una vista más detenida la reveló el deplorable estado de su uniforme y equipo. La gruesa tela del tabardo estaba ajada y rota en varias partes, sus guanteletes habían quedado inservibles, sus botas estaban manchadas con sangre y tierra y su jubón de cuero reforzado humeaba en varias partes por el veneno. Arrancó un pedazo de tela de su raída capa y lo retiró con cuidado.
La noche había caído cuando Harmut y Owain se le unieron. Al parecer el Campeón era el que peor había salido, y se quejaba de que el antídoto le había entumecido tanto las piernas que apenas podía caminar usando su arma como bastón. Intercambiaron pocas palabras y empezaron a subir la cuesta, pues en la cima estaban sus mochilas y la leña que necesitarían para pasar la noche.
Owain se dejó caer al lado de sus apachicos y empezó a rebuscar frenéticamente. Un poco más calmada Tharja buscó el frasco de poción que había empacado para alguna emergencia y bebió un trago anticipando el efecto, ansiosa por sentir como un agradable calor actuaría sobre sus músculos y moretones y un cosquilleo sobre los cardenales al acelerar su curación. Mientras Harmut se apresuraba a reunir leña Owain finamente encontró lo que buscaba y bebió de un frasco idéntico al suyo.
—Mis hombres. Los tres muertos—se lamentó minutos después, mirando las llamas de la fogata de Harmut—. Y todos los cazadores. Merecen sepultura, debo…—hizo el ademán de querer ponerse de pie pero las piernas le fallaron.
—No es momento, no estás en condiciones de hacerlo—le dijo Harmut gravemente—. Lamento la muerte de tus guardias, pero nuestra situación no es la mejor. Somos vulnerables aquí, tare o temprano otras bestias se acercarán por el olor de la carroña y estamos agotados y heridos. Nuestra prioridad es sobrevivir y largarnos de aquí cuanto antes.
—Nos iremos tan pronto como los enterremos—insistió Owain—.Mañana mismo.
— ¿Mañana mismo?—el hechicero alzó las cejas— Debo aplicar el antídoto cada pocas horas para que el veneno pueda ser asimilado y expulsado; dudo mucho que mañana puedas caminar.
—Nuestros compañeros merecen tumbas, al menos unas de rocas—intervino Tharja hablando lentamente—. Quizás podamos incinerar al resto.
—Siempre y cuando ello no nos retrase está bien—cedió el hechicero—. Traten de descansar, los despertaré cada vez que deba darles el antídoto.
—Los turnos de guardia…—empezó Owain pero Harmut lo calló diciendo: —No seas ridículo. Estaré en vela de todas formas.
Fue una noche intranquila. Tharja perdió la cuenta de las veces que despertó a causa del dolor en el brazo, y en todas ellas Harmut se apresuró a echarle el antídoto. No tardó en empezar a sudar frío. El hechicero decía que era una buena señal pues el cuerpo estaba expulsando el veneno. A veces oía a Owain quejándose; ella nunca imaginó que el Campeón fuera a quejarse de algo alguna vez. Un aullido la despertó en la madrugada, y vio a Harmut de pie ante las llamas, estático y rodeado por un tenue brillo azulado; la visión la tranquilizó y pudo volver a dormir.

Cuando finalmente llegó la mañana se sentía extrañamente bien, descansada y con fuerzas, lo que era casi milagroso considerando la inquieta noche. Su brazo herido sólo mostraba una zona enrojecida en el lugar donde el veneno había goteado, pero aún lo tenía entumecido. Y sus ropas estaban pegadas al cuerpo por el sudor.
Casi sin hacer ruido Harmut se le acercó y revisó la herida. Se veía cansado pero satisfecho. Le sonrió y dijo: —Está casi curada. Le aplicaré el antídoto una última vez. Lo tendrás entumecido hasta la tarde, me temo.
— ¿Cómo está él?—le preguntó mirando a Owain, que dormía junto a las últimas brazas de la hoguera.
—Tuvo suerte, ninguna serpiente le clavó los colmillos, sólo rozaron su piel—respondió—. Tendrá que descansar. No creo que podamos partir hoy.
Desvió la mirada mientras el frío líquido caía en su piel, y reparando en un montón de fardos y dijo: —Todos esas cosas…
—De los cazadores—respondió efusivo—. No las necesitarán más.
—Oí un lobo—recordó—. ¿O estaba soñando? Una fugaz sombra de preocupación ensombreció el rostro del hechicero.
—Uno se acercó, pero se mantuvo alejado de la colina.
—Un explorador—Tharja se mordió el labio inferior con preocupación—. Volverá, y no lo hará solo.
—Para cuando vengan no habrán cadáveres que devorar—replicó Harmut guardando el frasquito—. Estoy apilando a los cazadores en piras; arderán al atardecer.
—Puedo ayudarte.
—No. Bebe y descansa, y come algo.
—Pero…

—Necesitaré tu ayuda más tarde—el tono de Harmut no daba lugar a protestas—. Avísame cuando Owain despierte. Y se marchó descendiendo por la ladera nororiental.

lunes, 17 de agosto de 2015

Rumores - Parte III

Rumores

 Parte III


El Despoblado, Oeste de Fonthalari:


El nutrido grupo de cazadores abría la marcha, riendo y cantando canciones malsonantes, y varios metros por detrás caminaba la compañía de Owain, manteniendo una distancia prudente para evitar sucumbir a la pestilencia que emanaba de los cazadores, una mezcla de sudor, alcohol y algo en descomposición. Cuando se les preguntaba, los cazadores decían que oler como animales les ayudaba a cazarlos, aunque nadie lo había comprobado. Y de todas formas los animales no se emborrachaban.
Esa misma mañana dejaron atrás Fonthalari y el lúgubre cementerio de la ciudad. Construido sobre una gran colina de poca altura, el camposanto ya era tan grande que las tumbas más recientes hacían crecer su perímetro, y en el centro de la loma rodeada por un muro bajo se alzaba la morada de los Brouir, la familia que desde la fundación de la ciudad se había encargado del cementerio, enseñando de generación en generación la profesión de enterrador. Y nadie nunca había intentado arrebatarles el cargo.
Al atardecer abandonaron el sendero, que torcía hacia el sur, y siguieron al oeste. El terreno se hacía más elevado e irregular y algunos cazadores empezaron a mostrar signos de cansancio. Ya no cantaban y apenas reían, y de vez en cuando miraban por encima del hombro, reparaban en la imperturbable compañía que los seguía y volvían a ajustar el paso. A la tercera vez que sucedió Tharja notó que miraban a Harmut con temor y hacían lo posible por mantenerse a buena distancia de él.
Con la luna ya en lo alto se detuvieron. Aún no habían alcanzado el punto más alto, la meta acordada por Owain y Kurand, pero como ese manifestó que más de la mitad de sus compañeros no podían andar otros quinientos metros sin tomar un descanso no tuvieron más opción que preparar un campamento y organizar los turnos de vigía para pasar la noche.
Los cazadores armaron su campamento rápidamente, encendieron hogueras, asaron carne y destaparon las primeras botellas de cerveza, lo que fue suficiente para que volvieran a cantar a voz en cuello. En un punto más alto la compañía hacía lo propio, pero sin cantos y sin cervezas. Harmut se había marchado a echar una ojeada, pero volvió poco después negando con la cabeza.
Estaban cenando pan de miel, panceta y agua cuando les llegó una escandalosa carcajada proveniente del otro campamento, acompañada por el inconfundible olor de la carne asada. Frunciendo los labios Harmut rompió el silencio diciendo: — ¿Qué clase de cazadores creen que son? ¿No le temen a los lobos o cosas peores?
—No tanto como a ti—respondió Tharja—. Quizás piensan que el mayor peligro acampa cerca de ellos.
—No deja de sorprenderme el crédito que dan en Fonthalari a las historias—Harmut sonrió taciturno—. Incluso a las más inverosímiles. Owain bufó pero no dijo nada.
—No conozco ninguna capaz de atemorizar tanto a alguien—tanteó Tharja.
—Quizás eres más valiente que la mayoría. O quizás no has oído las historias correctas.
—Me gustaría conocerlas. Incluso si son falsas.
—Pues tienes suerte—el hechicero avivó más el fuego—Ya la escuchaste, Owain. Adelante. El aludido tosió, derramó un poco de agua y lo miró furibundo.
— ¿Podrías ser más explícito, hechicero?
—Creo que es obvio que conoces al menos una de esas terribles historias que a la señorita le gustaría oír. Y a mí también—contestó Hartmut sin inmutarse—. Y quizás también a tus hombres. Sostuvieron la mirada del otro durante unos segundos, y finalmente Owain asintió.
—Sí, conozco una—dijo con voz grave y sin dejar de mirarlo—. En ella se dice que hiciste que un rayo bajara a la tierra y calcinara, en un parpadeo, a una jauría de lobos gigantes. Un rayo en un cielo despejado. Pasaron unos instantes. Un guardia silbó, otro sonrió con timidez y el de mayor edad frunció más el ceño. Tharja, mirándolo fijamente, le preguntó: — ¿Y esa es cierta o falsa?
—Si es cierta o falsa no tiene importancia—contestó Owain—. Lo que importa es que quienes la oyen se preguntan qué podría hacerle a los hombres si es capaz de hacerle eso a unos lobos.
—Si truenos retumbaran en el horizonte en estos momentos pueden dar por seguro que nuestros amigos los cazadores pensarían que yo tuve algo que ver—añadió Harmut.
— ¿Y si una tormenta estallara?—preguntó uno de los guardias.
—Quizás algunos pensarían que los estuviera atacando—el hechicero se encogió de hombros.
—En definitiva saldrían corriendo en dirección a Fonthalari y mandarían la misión a la porra—intervino Owain—. De modo que esperemos que ninguna tormenta se desate.
— ¿Puedes… hacer una tormenta?—le preguntó otro guardia.
—No, por supuesto que no—Harmut soltó una risita—. Pero sí es cierto que me gustan. Las tormentas y el mar son dos de las razones por las cuales me gusta visitar Fonthalari.
— ¿No hay tormentas en Vestergard?—preguntó el guardia de mayor edad.
—No las hay, y la ciudad está lejos de la costa—contestó—. No hay senderos que lleven al oeste del bosque, es demasiado peligroso. Quizás sólo Sylveth conoce las costas.
—Sylveth, ¿ese no era el elfo cuyas palabras provocaron la formación de nuestro Gremio de Cazadores?—preguntó el primer guardia.
—Quizás lo hizo, pero puedo asegurar que no fue su intención—Harmut se encogió de hombros—. Los cazadores de Vestergard son muy distintos a éstos.
—No lo dudo—Owain miró en dirección al campamento de cazadores con una mezcla de desprecio y preocupación—. Si realmente hayamos alguna bestia no será nada sencillo protegerlos. Harmut no dijo nada, sólo sonrió.

El fuego casi se había extinguido cuando Tharja despertó. Quedaban algunas horas para el alba y el suyo era el último turno de vigía, pero nadie la había despertado, al menos no intencionalmente. Alguien agitó las brasas y dio nuevos bríos a las llamas. Se levantó, y la voz de Harmut le dijo en un susurro: —Lo siento, no quería despertarte.
—Debías hacerlo—dijo ella mirando el cielo.
—No tengo sueño, tomaré tu turno. Trata de dormir un poco más. Harmut se alejó en dirección a la costa, y ella, envolviéndose en la manta para protegerse del frío de la madrugada, fue tras él. Lo siguió durante un rato caminando con torpeza y casi a ciegas, hasta que llegaron a un promontorio desde donde se veía el mar.
—No creas que olvidé que no respondiste mi pregunta—le dijo. Harmut la miró; no parecía sorprendido.
—Es cierta.
—Y Owain no sólo la oyó, ¿cierto?
—Estuvo presente—la llamó con un gesto y esperó a que llegara a su lado.
—No me pareció una historia atemorizante.
—En ese caso no hay dudas; eres más valiente que la mayoría. Ambos sonrieron y durante largos minutos estuvieron allí de pie, contemplando el océano, hasta que Tharja fue vencida por la curiosidad y le preguntó: —Tú y Owain, ¿de dónde se conocen?
—Trabajamos juntos hace un tiempo. Viajábamos con otros dos. Creo que no necesito decir más. De seguro te lo hubiera dicho de no ser por sus hombres. Ella asintió en silencio; sus sospechas no habían sido erradas.
—Me pregunto qué habrá impulsado al Concilio a contratarte—tanteó.
—Yo también—Harmut la miró de soslayo—. Me sorprende, y preocupa, que un grupo con el Campeón de la Torre y la Doncella del Escudo necesite de ayuda para proteger a cazadores.
— ¿Crees que encontremos algo?
—Eso espero. Odiaría que nos encontrara primero.

Los siguientes dos días de viaje fueron tranquilos, quizás demasiado. Los cazadores estaban aburridos y arrastraban los pies; se les había agotado la cerveza y las canciones, y sin la primera eran incapaces de inventar las segundas. A cambio, la compañía de Owain estaba alerta, especialmente cuando las últimas luces del sol tocaban la tierra y se perdían entre las agrestes colinas. Pero nada ocurría, ninguna criatura daba muestras de vida, sólo un lobo gigante que aulló a la luna en la segunda noche.
Se acercaba el atardecer del tercer día de viaje cuando se detuvieron y miraron al sureste; los de ojos más agudos podían ver desde su posición elevada el camino que las caravanas utilizaban para ir de Fonthalari a Vestergard. Los cazadores juraban que estaban en el lugar correcto, el lugar desde donde podrían ver si las criaturas de sombras eran reales.
Kurand se acercó a Owain y le dijo: —Mis muchachos acamparán aquí y vigilaremos hasta el anochecer. Si algo asoma la cabeza lo sabremos, y lo mataremos. Al amanecer emprenderemos la vuelta a la ciudad.
— ¿Incluso si no es lo que debemos buscar?
— ¿Y qué debemos buscar, Campeón de la Torre?—Kurand sonrió, pero era una sonrisa extraña, cínica— ¿Debemos dispararle flechas a las sombras que se alargan de las rocas? Sé por qué estamos aquí, porqué el Concilio nos envió; nos quieren desacreditar al enviarnos a cazar bestias inexistentes producto de los rumores de vestergaros locos.
—Lamento oír eso, cazador—intervino Harmut acercándose. Kurand se estremeció—. Si te veo entre las fauces de un lobo gigante no levantaré un dedo para ayudarte.
—Tendrás que hacerlo, para eso estás aquí—replicó el aludido torciendo la cara—. A no ser que quieras desobedecer las órdenes del Concilio.
—Las obedeceremos siempre y cuando ustedes hagan lo mismo, Kurand—Owain se cruzó de brazos—. Si no veo que tu gente se esfuerza por encontrar algún rastro de esas bestias el Concilio no quedará muy contento. El cazador asintió mirándolo con una fea expresión y mientras se dirigía a sus compañeros dijo en voz alta: — ¡No importa lo que ocurra esta noche, al amanecer emprenderemos el viaje de vuelta a la ciudad, ya casi no tenemos provisiones! Y sus hombres los corearon alegremente.
— Si no comieran como cerdos aun tendrían suministros—Tharja se les unió—Nosotros tenemos suficiente para seis días.

—Y apestan como cerdos—añadió el hechicero.

viernes, 7 de agosto de 2015

Elteroth ya es parte de la Forja

Así es, Elteroth ya es parte de la Forja de Marte :).
Poco más que decir, excepto que estoy muy contento por ello, pues Elteroth fue creado para la comunidad, para ser jugado y disfrutado por cualquier persona.


Saludos.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Rumores - Parte II

Rumores

 Parte II


Fonthalari, Torre de la Guardia:


Comúnmente se decía que Fonthalari era la ciudad de los anillos. Y con justa razón. La ciudad entera era rodeada por una muralla en forma de anillo, las plazas eran circulares y los puestos de los mercados se distribuían en forma circular. Hasta la Torre del Círculo era rodeada por un anillo de lujosas viviendas.
Y por supuesto estaba la Torre de la Guardia. Se alzaba orgullosa en medio de una plaza completamente rodeada por los nueve barracones y cada uno de ellos alojaba a una Guardia liderada por un capitán. Los barracones, sencillos edificios de cuatro pisos de alto, estaban separados unos de otros por diversos campos de entrenamiento tales como arenas de combate y campos de tiro. Detrás de ellos se encontraban las caballerizas, los almacenes y las fraguas, cuyas paredes posteriores se amalgamaban a la muralla circular que rodeaba el complejo, conectado con el resto de la ciudad por cuatro portones, cada uno ubicado en un punto cardinal. Cada portón era siempre vigilado por guardias adustos tan dispuestos a impedir que cualquier curioso se colara en el interior como a evitar que alguien saliera sin permiso.
La circular torre era tan alta que rivalizaba con su hermana, la Torre del Concilio, siendo sólo superada por el Gran Faro que todas las noches era encendido y recorría la lejanía como si se tratara de un ojo luminoso que todo lo quería ver. Sólo una persona vivía permanentemente en la Torre de la Guardia, y su sala de mando se ubicaba en la parte más alta de la misma.

Sentado frente a un gran escritorio un hombre mayor de espaldas anchas y cabellos entrecanos revisaba con el ceño fruncido diversos reportes que sus capitanes le habían entregado en los últimos meses. Era un completo desorden, y lo que más le enfurecía era que él era el único culpable; sabía perfectamente que debía haberlos transcrito al gran libro que vacío esperaba pacientemente en uno de los cajones en vez de dar sus acostumbrados paseos y visitas a los barracones.
La única solución que se le ocurría era convocar a los capitanes y ordenarles que fecharan sus reportes, y tras ello finalmente debería dedicarse de una vez a la horrorosa tarea de transcribirlos. En aquellos momentos maldecía su suerte; cuando lo nombraron Capitán Supremo de la Guardia de Fonthalari nadie le había dicho que tendría que blandir una pluma en vez de su espada. Al menos podía tenerla a su lado, lo suficientemente cerca como para desenvainarla rápidamente y luchar por su vida, algo que hasta el momento no había ocurrido. Lo único que entraba por las ventanas eran aves mensajeras y la puerta sólo se abría ante mensajeros, gente más poderosa que él y aquellos a que quienes mandaba llamar.
Un golpe seco y potente estremeció la puerta. Sonrió y dijo: —Adelante, Campeón. Y un hombre grande y fuerte como un toro con un enorme bigote entró y cerró la puerta a sus espaldas. Vestía el clásico uniforme de la Guardia de la ciudad, aunque el suyo era algunas tallas más grande que el promedio, y estaba desarmado; aunque saltaba a la vista que no indefenso. El hombretón se acercó unos pasos.
— ¿Querías verme, Boris?— le preguntó con voz grave, casi solemne, como cada vez que se encontraban en aquella habitación.
— ¿Has oído de la orden del Concilio para que el Gremio de Cazadores mueva los pies y deje de secar las tabernas?
—Por supuesto. Los cazadores están alborotados— el Campeón sonrió con burla—. Parecen gallinas, no zorros.
—Aún peor; creen ser zorros— Boris, el Capitán Supremo, se levantó y vació el contenido de un pequeño barril de cerveza en dos grandes cálices y alargó uno a su viejo alumno—. Si aceptaron sin protestar demasiado fue porque el Concilio les garantizó que seis de nuestros mejores hombres los acompañarán como refuerzos. Y tú, Owain, estarás al mando de ellos.
—Creen ser zorros…— el aludido bebió y se secó el bigote con la manga—. Algo me dice que no debo dar mi vida por ellos.
—El Concilio quiere un reporte detallado de lo que suceda, si es que algo sucede—respondió Boris—. Tú volverás a la ciudad con total seguridad.
—No me gusta dejar morir a alguien si puedo hacer algo para salvarlo, y no puedo prometerte que lo haré. No me importa si son mis hombres o cazadores estúpidos—el Campeón de la Torre dio otro trago antes de continuar—.Y tampoco te garantizo un buen reporte, detesto hacer esas cosas.
—Por eso no te preocupes, no tendrás que hacerlo—Boris lo miró fijamente—. Tharja irá contigo, hacer el reporte es una de sus tareas.
— ¿Tharja?— Owain alzó las cejas— ¿Creen necesario que Tharja nos acompañe?
—Orden directa del Árbitro.
— ¿Pero ella no es…?
—Su hija menor, sí— asintió el Capitán Supremo—. También me ordenó que me encargara de que ella ignore por mano de quién es incluida en esta misión.
—Entendido—Owain asintió con un movimiento de cabeza—. No temo por ella, pero esto no me gusta. ¿Por qué enviarnos a algún lugar donde probablemente no haya nada?
—Porque de haberlo el Concilio piensa que sólo unos pocos saldrán con vida—respondió Boris torvamente.
— ¿Cuándo partimos? Owain dejó el cáliz vacío en el escritorio.
—En dos días—el Capitán Supremo dejó su cáliz también y puso una mueca de resignación—. Escoge y prepara bien a tus hombres. Sorpresivamente Owain sonrió ampliamente y dijo: —Te gustaría ir y ver qué hay por ti mismo, ¿eh Boris? No te preocupes, te traeré un recuerdo; siempre y cuando haya algo, por supuesto.
Boris rio y despidió con un gesto al Campeón de la Torre. No volvió a sentarse, a cambio caminó a la ventana occidental y se apoyó en el marco. Estuvo allí un buen rato, mirando con aire pensativo el Despoblado que se extendía al oeste de la ciudad, un terreno que se elevaba progresivamente y formaba una elevada punta que desafiaba al océano.

Owain repasó mentalmente el contenido de la enorme mochila que había preparado para asegurarse de no olvidar nada. Desenvainó y revisó la hoja de su espadón por enésima vez y la volvió a guardar; el día anterior había pasado horas afilándola concienzudamente. Satisfecho, se colgó la mochila al hombro y dejó la estancia silbando.
En el vestíbulo de la primera planta se encontró con los guardias que había seleccionado. Los cuatro cargaban mochilas sobre los hombros y estaban envueltos en capas grises que ocultaban sus uniformes y armas, a excepción de las lanzas que sujetaban. Cada uno de ellos era parte de la elite de su barracón y él mismo los había entrenado. No había mejores Guardias en la ciudad. Lo saludaron con el puño en el pecho y una leve inclinación de cabeza.
—Bien, nos vamos— les dijo. Owain, Capitán de la Novena Guardia, dejó el barracón con cuatro de sus mejores hombres y se dirigieron a la Torre de la Guardia, donde una figura solitaria los esperaba. Una figura de inconfundibles cabellos dorados. Uno de los guardias carraspeó.
—Sí, Tharja irá con nosotros—respondió Owain a la silenciosa pregunta.
Se reunieron con ella al pie de la torre. Vestía el uniforme de la Guardia hecho a su medida, una espada le colgaba del cinto y llevaba su inseparable escudo al hombro. Se adelantó un paso y saludó con una respetuosa inclinación de cabeza y dijo: —Los estaba esperando. Capitán Owain, hay un asunto a tratar antes de partir.
—Deja las formalidades, Tharja—Owain hizo un gesto a sus hombres y se alejó con ella unos pasos—. ¿Qué ocurre?
—El Capitán Supremo me mandó llamar esta mañana, tenía un mensaje para ti— respondió bajando la voz—. Lo escribió pero… no pude leerlo.
—Lo usual—Owain soltó una risita—. A veces ni siquiera Boris entiende lo que escribe. Supongo que te lo leyó. ¿Qué decía?
—Llevarás a tres hombres. El Concilio designó al sexto miembro. Los esperará en la puerta norte de la ciudad, con los cazadores—respondió Tharja.
Owain permaneció unos segundos en silencio, frunciendo el ceño. Resopló un par de veces como un toro enojado y llamó a sus hombres. Todos torcieron las caras al oír las nuevas, pero el elegido para quedarse, el más joven de los cuatro, se limitó a asentir en silencio y tras una última mirada de reojo a Tharja se encaminó de vuelta al barracón.
—Nos vamos—gruñó Owain.
—Lo lamento por él—comentó Tharja mientras caminaban a la puerta norte.
—Bah, sabe que preferiría llevarlo antes que a cualquier fulano elegido por el Concilio.
—Me refería al desafortunado fulano elegido por el Concilio—murmuró sonriendo para sí. Sobre sus cabezas un ave de presa chilló volando en dirección a la torre que dejaban atrás.
Ya en las calles de la recién despierta ciudad se hizo evidente que el Gremio de Cazadores, al contrario del Concilio y el Capitán Supremo, había corrido la voz acerca de la misión que emprendían. Se cruzaron con gentes que les murmuraron advertencias sobre el lugar al que se dirigían repitiéndoles las historias que ya conocían. Otros les deseaban suerte a voz en cuello y algunos, especialmente las mujeres, se limitaban a mirarlos como si aquella fuera la última vez que recorrían las calles.
El área norte de la ciudad era siempre la más agitada al empezar el día. Las puertas se abrían con la llegada del alba, justo a tiempo para que el comercio empiece a fluir entre los mercados y establecimientos de la ciudad y los puestos pesqueros de Tres Puertos. Mujeres con cestas y vasijas, carretas llenas y vacías tiradas por robustos caballos, y hombres llevando toda clase de mercancía iban y venían apurados.
Se unieron a la multitud que salía, desoyendo los ocasionales murmullos de las personas que los reconocían, hasta que dejaron atrás la ciudad e hicieron un alto a un lado del camino, buscando con la mirada a sus compañeros de viaje. Señalando a un grupo numeroso que esperaba cerca al muelle principal uno de los guardias dijo: —Sin duda esos son los cazadores.
—Parecen nerviosos—terció otro guardia con una mueca burlona—. Que sorpresa.
—Y ahí está la causa—Owain miraba, con expresión pétrea, a una figura solitaria que, de pie cerca a los cazadores observaba el mar mientras hacía girar con una mano un cetro nudoso. Cuando la figura se dio la vuelta Tharja lo reconoció de inmediato pese a nunca antes haberlo visto en persona.
—Harmut—dijo. Intercambió una rápida mirada con Owain; ambos sabían lo que la presencia del hechicero significaba.
—El aprendiz de Turian el Alto.
— ¿Lo conoces?—preguntó Tharja con curiosidad.
—Nos hemos visto. El tono de voz del Campeón de la Torre la inquietó.
Ignoraron a los cazadores, que ya los habían visto y guardaban silencio, y dieron el encuentro a Harmut. Vestía una sencilla túnica azul marino que combinaba con el color de sus ojos y botas grises. Tendió la mano a Owain diciendo: —Es bueno verte de nuevo, Owain. El hombretón hizo el ademán de estrechársela pero se congeló a mitad del movimiento. El hechicero sonrió mostrando sus dientes blancos y añadió: —Sólo es divertido la primera vez.
—Tharja, la Doncella del Escudo—la saludó con una inclinación de cabeza—. Es un placer conocerte al fin, he oído mucho de ti.
—El placer es mío—atinó a responder ella—. He oído muchas historias sobre ti.
—La mayoría son falsas, te lo puedo asegurar—el hechicero miró de reojo a los cazadores—. Aunque eso no parece tener importancia.
—Un hechicero por uno de los nuestros—murmuró el tercer guardia, un hombre que rondaba los cuarenta años y lo observaba de hito en hito.
—Lamento ello—un diminuto relámpago cruzó los ojos de Harmut cuando taladró al hombre con su mirada provocándole un visible escalofrío—. Espero que comprendan que es difícil decirle no al Concilio.
—Todos estamos aquí por ellos—intervino Owain—. Supongo que te informaron acerca de la misión.
—Sí, fueron muy específicos—le aseguró. Su mirada se relajó y volvió a emitir un tranquilo brillo apenas perceptible. El Campeón de la Torre hizo un extraño ruido con la garganta, una seña a sus hombres con un mensaje muy claro y fue a dónde los cazadores esperaban, seguido por los demás. Harmut cerraba la marcha con una sonrisa taciturna en el rostro.
— ¿Quién de ustedes está al mando?—les bramó— ¿Quién es su cabecilla? De entre los agitados cazadores uno se abrió paso, un hombre mayor, delgado y demacrado como un cadáver de ojos húmedos y cabellos grasientos parcialmente ocultos por una capucha de piel de lobo.

—Yo, Campeón, yo soy el cabecilla—dijo con voz pegajosa y cansada—. Mi nombre es Kurand Weiger.