Rumores
Parte VI
El Despoblado, Oeste de Fonthalari;
En el campamento Owain los esperaba con una antorcha en la
mano que alumbraba un semblante preocupado que se crispaba de dolor cuando se
mantenía poco minutos de pie. Harmut notó que el dolor en sus piernas había
vuelto y con la ayuda de Tharja lo convenció, no sin poco esfuerzo, de dejar
que le aplicara nuevamente el antídoto. Mientras el hechicero lo hacía Owain
gruñía: —Seré casi inútil si los lobos se acercan demasiado.
— ¿Cuántos viste?—le preguntó Tharja. La oscuridad había
caído ocultando a las bestias en un manto de sombras y ya era imposible verlas.
—Una docena al menos.
—A los lobos no les gusta el fuego—comentó Harmut—. Las piras
que nos rodean y nuestra hoguera los disuadirán. Un aullido se elevó seguido
por otro desde el este y un tercero desde el oeste.
—A menos que estén realmente hambrientos—añadió—. En ese caso
tendremos que luchar.
—No tengo escudo, tú no has descansado desde la batalla
anterior y Owain no puede ponerse en pie—murmuró Tharja—. Esto no pinta bien.
—No estamos indefensos—replicó el hechicero—. Y tenemos
fuego.
— ¿Alguna idea?—preguntó Owain con poco convencimiento.
Harmut se tomó unos segundos para contestar.
—Pongan las armas en el fuego, una hoja ardiente cortará su
pellejo como si fuera mantequilla. Owain, vigílalas. Tharja, quizás no tengas
un escudo pero una antorcha te protegerá igual o mejor contra estas bestias.
Y…—se detuvo y sonrió—. Tengo una idea.
Durante las primeras horas de la noche los lobos se
contentaron con aullar, manteniéndose alejados de las piras ardientes y la
colina, pero cuando la fuerza de las llamas empezó a menguar la osadía de las
bestias aumentó e impulsadas por los aullidos y gruñidos del macho alfa se
acercaron lentamente, mostrando sus figuras a la luz de las piras.
—Realmente están hambrientos—Harmut observaba mientras hacía
girar su cetro.
—Cierran el círculo—añadió Tharja. En una mano sostenía su
espada al rojo vivo y en la otra una antorcha—. Atacarán pronto.
—Owain, ¿estás listo?—le preguntó el hechicero.
—Sí, pero no estoy seguro de que esto funcione. Es…ridículo.
—Funcionará—Harmut sonrió—. Siempre y cuando apuntes bien.
Un aullido se elevó a la noche desde un lugar muy cercano, le
siguió un silencio sepulcral y finalmente una figura canina casi del tamaño de
un caballo, con el pelaje erizado, las orejas bajas y enseñando los colmillos
saltó hacia ellos entrando en la zona iluminada por la hoguera.
Harmut lo recibió con un torrente chispeante que lo golpeó en
la cabeza. La bestia se detuvo en seco, perdió el equilibrio por los espasmos
musculares que atacaron sus patas y su pelaje se erizó aún más. Gimiendo
intentó darse la vuelta y retroceder a las sombras pero una lanza ardiente le
perforó el costado y lo derribó.
De inmediato otros tres lobos atacaron desde ángulos
distintos. Harmut frenó la carga de uno con un nuevo ataque, Tharja dio el
encuentro al segundo blandiendo la antorcha para distraerlo, esquivó su
mordisco y lo mató con una estocada en la garganta. Owain, arrodillado en el
suelo, había tomado un fardo ardiente por la correa y lo hacía girar por encima
de su cabeza como si se tratara de una boleadora, y lo lanzó contra el tercer
lobo acertándole en la cabeza y cubriéndolo de llamas. La bestia aulló aterrada
y corrió en dirección opuesta intentando quitarse el fuego y dando dentelladas,
hiriendo y prendiendo a dos lobos que esperaban cerca. Harmut aprovechó y tras
un instante de concentración invocó un rayo. Los aullidos y gemidos que
siguieron al estruendo revelaron que había golpeado a algunos.
Pero ello no era suficiente para disuadirlos. Un último
aullido y la jauría al completo se precipitó contra ellos encabezada por un
enorme lobo negra de ojos rojos que escupía espuma por las fauces abiertas de
par en par. Una salva de fardos ardientes y una cadena de rayos los recibieron,
matando o haciendo huir a los primeros. Owain, gritando los nombres de sus
compañeros caídos, se levantó y blandiendo su espadón al rojo vivo cargó contra
tres bestias, y Tharja envuelta en una esfera de relámpagos, enfrentó y derribó
a otros dos.
Fue entonces cuando Harmut reparó en el macho alfa y sostuvo
la mirada de la bestia, desafiándola. Y el lobo fue hacia él. Era lo que
quería. En su mano libre sostenía un frasquito pequeño cuyo contenido oleoso
sólo alcanzaría para una vez, pero no necesitaría más. Lo destapó. Sus
compañeros estaban lo suficientemente lejos como para no verse afectados. Se lo
llevó a los labios, aguantó la respiración y lo ingirió de un trago. De inmediato
sintió una erupción de calor abrazador que tras nacer en su estómago trepaba
por su esófago hasta su garganta. Echó la cabeza hacia atrás y con un súbito
movimiento se inclinó ligeramente hacia el frente al tiempo que abría la boca y
exhalaba. Una llamarada amarillo rojiza brotó rugiendo y bailando engullendo al
lobo negro y a las bestias más cercanas.
Aquello bastó. Ver a su macho alfa ser incinerado en un
parpadeo extinguió todo instinto excepto el de supervivencia y los lobos que
seguían vivos y podían correr se dieron media vuelta y emprendieron una alocada
fuga, rodando por la pendiente y golpeándose con las rocas, estrellándose
contra las piras y envolviéndose en fuego acosados por el terror de una amenaza
que no podían enfrentar.
Cuando acabó Harmut tapó el frasquito, lo guardó y respiró
aliviado; había estado muy cerca. Buscó con la mirada a sus compañeros, quienes
más allá del agotamiento, los golpes, las heridas y la sorpresa por cómo había
acabado todo parecían estar bien, y entonces se acercó al lobo negro, que
estaba más negro que nunca y seguía ardiendo, y le echó una mirada. No
recordaba haber visto antes a uno tan grande.
— ¡Harmut! ¡Hechicero condenado!—le gritó Owain. Caminaba
hacia él usando su espadón como bastón y ayudado por una sorprendida Tharja—
¡Qué rayos fue eso!
—La llaman Aliento de Dragón—Harmut se encogió de hombros—.
Creí que la conocías.
— ¡Claro que la conozco, ¿acaso te hice una pregunta?!— el
hombretón de detuvo a un par de metros. Todo apestaba a azufre y pellejo calcinado—
Lo que quiero saber es por qué no la usaste antes.
—Conozco los riesgos, tanto los que yo corría si lo usaba en
mal momento como los que corrían ustedes—su gesto se ensombreció—. Mira
alrededor y dime si no tomé los riesgos en el momento preciso.
—Aliento de Dragón—repitió Tharja mirando alrededor—. Nunca
antes había visto sus efectos.
—No es agradable ni para quien la usa ni para quien la sufre,
te lo aseguro—el hechicero miró con desagradado su obra—. ¿Puedes caminar,
Campeón?, odiaría pasar la noche aquí.
—Puedo, lo suficiente al menos para alejarnos de este lugar
maldito—el aludido rebuscó en su fardo—. La poción ésta debería curar estos
rasguños.
—Cargó contra tres lobos y sólo recibió unos
“rasguños”—comentó Tharja.
—Y aun así tiene peor aspecto que tu—una sonrisa misteriosa
cruzó el rostro de Harmut—. Te dije que el fuego ayudaría.
Dejaron la colina, que bautizaron con el nombre de Tumba
Chamuscada, y cargando cada uno con sus fardos y Harmut con la bolsa con las
cabezas de las serpientes, dudoso honor que nadie le disputó, caminaron unos
cientos de metros hacia al este, buscando un lugar tranquilo donde pasar la
noche, y con suerte, dormir un poco.
Fue una silenciosa marcha, lenta al comienzo, pero
acelerándose conforme recuperaban sueño y fuerzas y se acercaban a destino.
Owain planeaba celebrar una ceremonia en la Torre de la Guardia para honrar a
sus hombres caídos e invitó al hechicero a participar y Tharja tardó tres días
en escribir el reporte para el Capitán Supremo y no habló sobre lo que había
escrito, y nadie le preguntó.
Harmut pensaba en lo que haría la primera noche a su retorno
a Fonthalari. Iría a la misma taberna, se sentaría en la misma mesa y cruzaría
miradas con el tabernero, a la espera de que le indicara que podía pasar a la
trastienda, lo que normalmente sólo ocurría cuando los únicos parroquianos que
no se habían marchado o caído dormidos eran incapaces de enlazar dos palabras
coherentes. Quizás, pensaba, esa noche sería una excepción, y antes de lo
previsto tendría una copa de vino en una mano y delante de él una persona
oculta por las sombras de la habitación le pediría su propio reporte.
Llegaron cuando la noche caía y Owain se vio obligado a gritarles
órdenes a los distraídos guardias que vigilaban la puerta norte para que les
permitieran entrar, amenazándolos con reportarlos. Los guardias palidecieron
cuando los vieron solos, y una mirada del Campeón bastó para cerrarles las
bocas, al menos hasta la mañana. Sabían que cuando el amanecer llegara y las
noticias se extendieran la ciudad se vería mucho más alborotada de que
costumbre.
Se separaron en las puertas del complejo de la Torre de la
Guardia. Harmut se despidió y entregó la bolsa de cuero a Tharja diciéndole que
se la entregara al Capitán Supremo junto con su reporte para que enviara ambos
al Concilio, y tras prometer estar presente en la ceremonia de honra para los
caídos se marchó envolviéndose en su capa. Lo siguieron con la mirada hasta que
se perdió en una esquina; Tharja sonreía y si bien Owain fruncía el ceño había
agradecimiento en su mirada.
El Campeón fue directamente a su cuartel para anunciar su
solitario retorno y buscar los apellidos de sus caídos para al día siguiente
darles las malas nuevas a sus familias mientras la Doncella del Escudo se
encaminó a la Torre de la Guardia sujetando una bolsa con un contenido
repugnante y un sobre con un reporte no más agradable.