sábado, 18 de julio de 2015

Rumores - Parte I

Rumores

Parte I


Fonthalari, Torre del Concilio:


Bajo el abovedado techo de mármol y vitrales sostenido por arcos y columnas de aquella roca blanca, y sentados alrededor de una gran mesa redonda yacían los quince miembros del Concilio de la ciudad. Delante de cada uno había un libro encuadernado en cuero, un frasquito de tinta, una pluma y una copa de vino para mojar los labios y aliviar las gargantas a lo largo de cada reunión.
Balahad Rodel, uno de los miembros de mayor edad, disfrutaba la fresca brisa veraniega que entraba a raudales por las ventanas del norte y este, impregnando la sala con el inconfundible olor marino. Respiró profundamente y sonrió, recordando cuando en su juventud acostumbraba pescar en la playa. Alguien carraspeó sonoramente y una voz grave lo sacó de sus cavilaciones.
— ¿Estás de acuerdo, Balahad? El aludido buscó con la mirada, y sus cansados ojos se posaron sobre un hombre un tanto menor que él, delgado y alto de porte recto y expresión que se asemejaba al de un ave de presa, que se sentaba sobre la única silla distinta, una más alta y voluminosa, y de madera negra.
— ¿Me repites la pregunta, Jarko?— le pidió amablemente. Ese hombre de expresión severa, que en esos momentos se acomodaba en su asiento, era el actual Árbitro, y apenas el tercero que integraba el Concilio. Casi treinta años atrás se había vuelto evidente que era necesaria una figura que controlara y ordenara las reuniones pero sin que ello significara que su palabra valía más que la de los demás miembros. Así fue como el Concilio de Fonthalari creó el cargo de Árbitro, y pronto fue imitado por los Concilios de Dalcania y Vestergard. Nadie dudaba de lo honorable del cargo, ni de lo abrumador que se volvía.
El primer Árbitro tomó el cargo a una edad muy avanzada y falleció poco después, y el segundo, tras resistir dos décadas, se suicidó. Cuando, cinco años atrás, Jarko Nemiren fue elegido por unanimidad para sucederle casi todos estaban contentos. Relativamente joven, inflexible, astuto y miembro de una de las familias más poderosas de Fonthalari parecía el más indicado para lidiar con catorce viejos que disimulaban sus ambiciones con chocheas más o menos creíbles. Y hasta el momento había cumplido con su cargo a la perfección.
—La última caravana que llegó de Vestergard y la Guardia que la escoltaba reportaron la presencia de bestias extrañas y potencialmente peligrosas al oeste de la ciudad—dijo Jarko—. Piden que se envíe a la Guardia para investigar.
— ¿Hubo algún ataque?— preguntó Balahad.
—No, al menos no por parte de esas criaturas— replicó el Árbitro.
—Sería una pérdida de tiempo enviar guerreros—intervino otro miembro del Concilio—. Ni siquiera sabemos si realmente vieron algo.
—Son Vestergaros, Niklas—terció otro con una mirada reprobatoria—. Si son capaces de distinguir bestias en su bosque son capaces de hacer lo mismo en la planicie. Confío en sus ojos. Además, están los rumores.
— ¿Te refieres a los rumores de que los vestergaros ven bestias monstruosas incluso en un plato de sopa?— se burló el llamado Niklas— ¿O te refieres a…?
—Silencio— los calló el Árbitro, y obedecieron de inmediato. A Balahad no le dejaba de sorprender lo expresivo que eran los oscuros ojos de Niklas, quien claramente se negaba a dar por terminada la discusión—. Llevamos varios meses recibiendo reportes que hablan de criaturas sombrías al oeste de aquí, criaturas que se arrastran cuando caen las sombras. Y no todos quienes dicen haberlas visto son ebrios o vestergaros.
— ¿Y qué hay del Gremio de Cazadores?— preguntó un anciano diminuto con voz chillona— ¿Por qué ellos no se hacen cargo?
—Porque ellos no tienen idea de cómo cazar a una de las bestias del Despoblado, Tuom— respondió otro con expresión amargada—. Fundaron su gremio por culpa del elfo ése, que se pasó una noche entera en una taberna contando de los privilegios de los que gozan los cazadores en Vestergard. Maldito elfo.
—Y nosotros lo permitimos— murmuró Niklas de forma bastante audible—. Simplemente para no quedarnos atrás respecto a Vestergard.
—Quizás podamos llegar a un acuerdo con nuestros cazadores— sugirió Jarko acariciando su pluma—. Tres docenas de los suyos y una Guardia de media docena para viajar al oeste y buscar a esas criaturas, y una recompensa de quinientas Esquirlas por cada cabeza de una de esas bestias.
— ¿Si no aceptan?— preguntó Tuom con una mueca infantil.
—Entonces se dirá que nuestros orgullosos cazadores son incapaces de cazar— respondió el Árbitro—. Quedarán expuestos al ridículo frente a los otros Gremios. No creo que quieran exponerse de esa manera, menos aún si les ofrecemos refuerzos.
— ¿Seis guardias?— tanteó Balahad con inocencia— ¿No se lo tomarán como un insulto?
—Eso depende de quienes sean los guardias. Un brillo iluminó fugazmente los ojos color acero del Árbitro, pero Balahad, acostumbrado a distinguir el brillo de las escamas de los peces bajo el agua, lo notó.
—Bien, ¿todos de acuerdo?— añadió Jarko devolviéndole la mirada, tal vez para asegurarse de que estuviera prestando atención. Le sonrió y asintió en silencio.

La votación continuo ante sus ojos, y con algunos debates de por medio que obligaron a Jarko a intervenir. Balahad volvió a sumirse en sus pensamientos; estaba seguro de que lo que realmente Jarko quería era asegurarse que la Guardia enviada fuera capaz de regresar, o al menos parte de ella. La pregunta que rondaba su mente era a quién pondría en peligro, si al campeón o a su hija. O a ambos.

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