Rumores
Parte III
El Despoblado, Oeste de Fonthalari:
El nutrido grupo de cazadores abría la marcha, riendo y cantando canciones malsonantes, y varios metros por detrás caminaba la compañía de Owain, manteniendo una distancia prudente para evitar sucumbir a la pestilencia que emanaba de los cazadores, una mezcla de sudor, alcohol y algo en descomposición. Cuando se les preguntaba, los cazadores decían que oler como animales les ayudaba a cazarlos, aunque nadie lo había comprobado. Y de todas formas los animales no se emborrachaban.
Esa misma mañana dejaron atrás Fonthalari y el lúgubre
cementerio de la ciudad. Construido sobre una gran colina de poca altura, el
camposanto ya era tan grande que las tumbas más recientes hacían crecer su
perímetro, y en el centro de la loma rodeada por un muro bajo se alzaba la
morada de los Brouir, la familia que desde la fundación de la ciudad se había
encargado del cementerio, enseñando de generación en generación la profesión de
enterrador. Y nadie nunca había intentado arrebatarles el cargo.
Al atardecer abandonaron el sendero, que torcía hacia el sur,
y siguieron al oeste. El terreno se hacía más elevado e irregular y algunos
cazadores empezaron a mostrar signos de cansancio. Ya no cantaban y apenas
reían, y de vez en cuando miraban por encima del hombro, reparaban en la
imperturbable compañía que los seguía y volvían a ajustar el paso. A la tercera
vez que sucedió Tharja notó que miraban a Harmut con temor y hacían lo posible
por mantenerse a buena distancia de él.
Con la luna ya en lo alto se detuvieron. Aún no habían
alcanzado el punto más alto, la meta acordada por Owain y Kurand, pero como ese
manifestó que más de la mitad de sus compañeros no podían andar otros
quinientos metros sin tomar un descanso no tuvieron más opción que preparar un
campamento y organizar los turnos de vigía para pasar la noche.
Los cazadores armaron su campamento rápidamente, encendieron
hogueras, asaron carne y destaparon las primeras botellas de cerveza, lo que
fue suficiente para que volvieran a cantar a voz en cuello. En un punto más
alto la compañía hacía lo propio, pero sin cantos y sin cervezas. Harmut se
había marchado a echar una ojeada, pero volvió poco después negando con la
cabeza.
Estaban cenando pan de miel, panceta y agua cuando les llegó
una escandalosa carcajada proveniente del otro campamento, acompañada por el
inconfundible olor de la carne asada. Frunciendo los labios Harmut rompió el
silencio diciendo: — ¿Qué clase de cazadores creen que son? ¿No le temen a los
lobos o cosas peores?
—No tanto como a ti—respondió Tharja—. Quizás piensan que el
mayor peligro acampa cerca de ellos.
—No deja de sorprenderme el crédito que dan en Fonthalari a
las historias—Harmut sonrió taciturno—. Incluso a las más inverosímiles. Owain
bufó pero no dijo nada.
—No conozco ninguna capaz de atemorizar tanto a
alguien—tanteó Tharja.
—Quizás eres más valiente que la mayoría. O quizás no has
oído las historias correctas.
—Me gustaría conocerlas. Incluso si son falsas.
—Pues tienes suerte—el hechicero avivó más el fuego—Ya la
escuchaste, Owain. Adelante. El aludido tosió, derramó un poco de agua y lo
miró furibundo.
— ¿Podrías ser más explícito, hechicero?
—Creo que es obvio que conoces al menos una de esas terribles
historias que a la señorita le gustaría oír. Y a mí también—contestó Hartmut
sin inmutarse—. Y quizás también a tus hombres. Sostuvieron la mirada del otro
durante unos segundos, y finalmente Owain asintió.
—Sí, conozco una—dijo con voz grave y sin dejar de mirarlo—.
En ella se dice que hiciste que un rayo bajara a la tierra y calcinara, en un
parpadeo, a una jauría de lobos gigantes. Un rayo en un cielo despejado.
Pasaron unos instantes. Un guardia silbó, otro sonrió con timidez y el de mayor
edad frunció más el ceño. Tharja, mirándolo fijamente, le preguntó: — ¿Y esa es
cierta o falsa?
—Si es cierta o falsa no tiene importancia—contestó Owain—.
Lo que importa es que quienes la oyen se preguntan qué podría hacerle a los
hombres si es capaz de hacerle eso a unos lobos.
—Si truenos retumbaran en el horizonte en estos momentos
pueden dar por seguro que nuestros amigos los cazadores pensarían que yo tuve
algo que ver—añadió Harmut.
— ¿Y si una tormenta estallara?—preguntó uno de los guardias.
—Quizás algunos pensarían que los estuviera atacando—el
hechicero se encogió de hombros.
—En definitiva saldrían corriendo en dirección a Fonthalari y
mandarían la misión a la porra—intervino Owain—. De modo que esperemos que
ninguna tormenta se desate.
— ¿Puedes… hacer una tormenta?—le preguntó otro guardia.
—No, por supuesto que no—Harmut soltó una risita—. Pero sí es
cierto que me gustan. Las tormentas y el mar son dos de las razones por las
cuales me gusta visitar Fonthalari.
— ¿No hay tormentas en Vestergard?—preguntó el guardia de
mayor edad.
—No las hay, y la ciudad está lejos de la costa—contestó—. No
hay senderos que lleven al oeste del bosque, es demasiado peligroso. Quizás
sólo Sylveth conoce las costas.
—Sylveth, ¿ese no era el elfo cuyas palabras provocaron la
formación de nuestro Gremio de Cazadores?—preguntó el primer guardia.
—Quizás lo hizo, pero puedo asegurar que no fue su
intención—Harmut se encogió de hombros—. Los cazadores de Vestergard son muy
distintos a éstos.
—No lo dudo—Owain miró en dirección al campamento de
cazadores con una mezcla de desprecio y preocupación—. Si realmente hayamos
alguna bestia no será nada sencillo protegerlos. Harmut no dijo nada, sólo
sonrió.
El fuego casi se había extinguido cuando Tharja despertó.
Quedaban algunas horas para el alba y el suyo era el último turno de vigía,
pero nadie la había despertado, al menos no intencionalmente. Alguien agitó las
brasas y dio nuevos bríos a las llamas. Se levantó, y la voz de Harmut le dijo
en un susurro: —Lo siento, no quería despertarte.
—Debías hacerlo—dijo ella mirando el cielo.
—No tengo sueño, tomaré tu turno. Trata de dormir un poco
más. Harmut se alejó en dirección a la costa, y ella, envolviéndose en la manta
para protegerse del frío de la madrugada, fue tras él. Lo siguió durante un
rato caminando con torpeza y casi a ciegas, hasta que llegaron a un promontorio
desde donde se veía el mar.
—No creas que olvidé que no respondiste mi pregunta—le dijo.
Harmut la miró; no parecía sorprendido.
—Es cierta.
—Y Owain no sólo la oyó, ¿cierto?
—Estuvo presente—la llamó con un gesto y esperó a que llegara
a su lado.
—No me pareció una historia atemorizante.
—En ese caso no hay dudas; eres más valiente que la mayoría.
Ambos sonrieron y durante largos minutos estuvieron allí de pie, contemplando
el océano, hasta que Tharja fue vencida por la curiosidad y le preguntó: —Tú y
Owain, ¿de dónde se conocen?
—Trabajamos juntos hace un tiempo. Viajábamos con otros dos.
Creo que no necesito decir más. De seguro te lo hubiera dicho de no ser por sus
hombres. Ella asintió en silencio; sus sospechas no habían sido erradas.
—Me pregunto qué habrá impulsado al Concilio a
contratarte—tanteó.
—Yo también—Harmut la miró de soslayo—. Me sorprende, y
preocupa, que un grupo con el Campeón de la Torre y la Doncella del Escudo
necesite de ayuda para proteger a cazadores.
— ¿Crees que encontremos algo?
—Eso espero. Odiaría que nos encontrara primero.
Los siguientes dos días de viaje fueron tranquilos, quizás
demasiado. Los cazadores estaban aburridos y arrastraban los pies; se les había
agotado la cerveza y las canciones, y sin la primera eran incapaces de inventar
las segundas. A cambio, la compañía de Owain estaba alerta, especialmente
cuando las últimas luces del sol tocaban la tierra y se perdían entre las
agrestes colinas. Pero nada ocurría, ninguna criatura daba muestras de vida,
sólo un lobo gigante que aulló a la luna en la segunda noche.
Se acercaba el atardecer del tercer día de viaje cuando se
detuvieron y miraron al sureste; los de ojos más agudos podían ver desde su
posición elevada el camino que las caravanas utilizaban para ir de Fonthalari a
Vestergard. Los cazadores juraban que estaban en el lugar correcto, el lugar
desde donde podrían ver si las criaturas de sombras eran reales.
Kurand se acercó a Owain y le dijo: —Mis muchachos acamparán
aquí y vigilaremos hasta el anochecer. Si algo asoma la cabeza lo sabremos, y
lo mataremos. Al amanecer emprenderemos la vuelta a la ciudad.
— ¿Incluso si no es lo que debemos buscar?
— ¿Y qué debemos buscar, Campeón de la Torre?—Kurand sonrió,
pero era una sonrisa extraña, cínica— ¿Debemos dispararle flechas a las sombras
que se alargan de las rocas? Sé por qué estamos aquí, porqué el Concilio nos
envió; nos quieren desacreditar al enviarnos a cazar bestias inexistentes
producto de los rumores de vestergaros locos.
—Lamento oír eso, cazador—intervino Harmut acercándose.
Kurand se estremeció—. Si te veo entre las fauces de un lobo gigante no
levantaré un dedo para ayudarte.
—Tendrás que hacerlo, para eso estás aquí—replicó el aludido
torciendo la cara—. A no ser que quieras desobedecer las órdenes del Concilio.
—Las obedeceremos siempre y cuando ustedes hagan lo mismo,
Kurand—Owain se cruzó de brazos—. Si no veo que tu gente se esfuerza por
encontrar algún rastro de esas bestias el Concilio no quedará muy contento. El
cazador asintió mirándolo con una fea expresión y mientras se dirigía a sus
compañeros dijo en voz alta: — ¡No importa lo que ocurra esta noche, al
amanecer emprenderemos el viaje de vuelta a la ciudad, ya casi no tenemos
provisiones! Y sus hombres los corearon alegremente.
— Si no comieran como cerdos aun tendrían suministros—Tharja
se les unió—Nosotros tenemos suficiente para seis días.
—Y apestan como cerdos—añadió el hechicero.
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