Rumores
Fin
Fonthalari, Torre del Concilio:
Esa tarde el Concilio estaba tan agitado como las olas que
rompían en la costa. La reunión había empezado después del almuerzo, un par de
horas después del mediodía, y para fastidio de la gran mayoría de miembros se
había extendido casi hasta el atardecer.
Balahad Rodel miraba con resignación cómo el sol se iba
poniendo lentamente, lamentando en silencio no poder contemplarlo con los pies
enterrados en la arena oscura de la playa. Suspiró y volvió su atención al tema
que había convertido la apacible reunión en un intercambio de frases poco
elocuentes.
— ¡…más de treinta cazadores muertos!—exclamaba un miembro
del consejo haciendo aspavientos con las manos— ¡Y ahora su gremio amenaza con
sublevarse y unir a otros a su causa!
—Treinta y seis, para ser más exactos—lo corrigió Niklas sin
un atisbo de lástima—. Y no olvides a los tres guardias.
— ¡Sólo estás reafirmando mi punto! ¡Es un escándalo!
— ¿Qué sucede, Erek?—Niklas forzó una sonrisa desagradable—
¿Lamentas que tu yerno haya estado entre los muertos? No sé qué esperabas al
dejar que tu hija se case con semejante escoria.
—Harías bien en mantener tus narices lejos de mi familia,
Niklas— le contestó el aludido con una mirada fría.
—Basta, señores—intervino el Árbitro frotándose las sienes—. Ésta
es una reunión del Concilio, no una cháchara de comadres. Un tímido coro de
risas lo siguió.
—Las muertes no han sido lo indignante para los familiares de
los cazadores, es más, no todos serán echados de menos—dijo otro rascándose la
prominente barbilla—. Lo indignante para ellos ha sido no poder darles una
sepultura digna. Algunos incluso piden la cabeza del hechicero que según los
rumores tuvo la brillante idea de quemarlos.
—Hechicero cuya presencia desconocía, por cierto—intervino
Erek nuevamente—. ¿Por qué no fui consultado al respecto? Algunos asintieron en
señal de conformidad y clavaron los ojos en el Árbitro; Balahad lo miró de
reojo e inspeccionó sus gestos. Nada, absolutamente nada. Él, desde luego,
sabía perfectamente lo que había ocurrido.
—Al parecer no todas las cartas llegaron a destino—Jarko
Nemiren se disculpó con un gesto—. Ya envié una queja formal al Emporio
Marenholtz exigiendo la inmediata destrucción de las mismas.
—Poco o nada importa eso ahora—terció Niklas—. Y sobre el
hechicero… Harmut, ¿cierto? Si alguien quiere su cabeza que la intente
conseguir por sí mismo y nos encargaremos de justificar la muerte del pobre idiota.
— ¿Valoras más el fantasma de la amistad de un elfo que las
vidas de tus conciudadanos?—le preguntó Erek.
—No, valoro más el favor de un hechicero elfo, de sus
aprendices y de la ciudad donde viven que la existencia de un condenado gremio
fundado por ebrios incapaces de darse cuenta que las sombras de las rocas eran
en realidad serpientes.
—Que yo recuerde el reporte del Capitán Supremo es bastante
explícito en lo que concierne a la muerte de los cazadores, de los guardias y
las circunstancias por las cuales tuvieron que ser incinerados—dijo Balahad—.
Circunstancias que las familias deberían agradecer pues es más digno ser
incinerado que abandonado en el Despoblado para ser devorado por bestias.
—Balahad tiene razón—lo apoyó el Árbitro—. Respecto a las
revueltas no me preocuparía demasiado; no tendrán el apoyo de ningún gremio,
más bien lo opuesto. Esta mañana me llegaron cartas del Gremio de Artistas, del
Gremio de Pescadores y Navegantes y del Gremio de Taberneros asegurándome que
se oponen a las intenciones del Gremio de Cazadores y dejando en claro que para
ellos la actitud de nuestros cazadores mancha la reputación de los gremios de
la ciudad.
—Al parecer su disolución es cuestión de tiempo—comentó
otro—. Será un alivio.
—Ahí tienes, Erek—Niklas sonrió—. ¿Estás más tranquilo ahora?
¿Lo están quienes piensan como tú? Nadie respondió.
—Aún hay un asunto que me preocupa—dijo finalmente el
pequeñito Tuom—. ¿Qué eran las bestias que los mataron? ¿Alguien fue capaz de
identificarlas?, porque si esas criaturas aparecen nuevamente cerca de caminos
o incluso nuestra ciudad temo lo que pueda suceder. A fin de cuentas nuestros
cazadores han demostrado ser completamente inútiles. Niklas torció la cara y
apoyó la espalda en el respaldar.
—Nadie aquí parece saber lo que son, pero sugiero recurrir al
Gremio de Cazadores de Vestergard—respondió Jarko—. Quizás ellos o algún
cazador independiente pueden identificarlas. Y si aparecen nuevamente será
nuestra Guardia quien se hará cargo, como siempre ha sido.
—Y mantengamos un ojo sobre los cazadores—dijo Niklas— ¿Puedo
asumir que cualquier acto de agresión será castigado por la Guardia?
—Lo será—le aseguró el Árbitro seriamente—. Pero lo
primordial es evitar llegar a eso.
—Sugiero que emitamos un comunicado ensalzando la valerosa
muerte de los cazadores, de los guardias y de los tres valientes que sobrevivieron
al enfrentamiento con lo desconocido—dijo Balahad garabateando con su pluma—.
Compartamos el dolor con los seres queridos y ofrezcamos contribuir en la
construcción de un monumento en el cementerio para que puedan ser honrados.
—De acuerdo, excepto en la construcción del monumento—dijo
otro con expresión agria—. Suficientes Esquirlas hemos dejado ir en la
recompensa. Quién se hubiera imagino que traerían tantas cabezas…
—Y que parte de ella fue a parar a manos de un
hechicero—añadió otro.
—El monumento sólo será posible si el Gremio de Cazadores
tiene sus arcas lo suficientemente llenas para pagar la mayor parte, algo que
dudo—contestó Niklas—. Muy astuto, Balahad.
—No malinterpretes mis intenciones—le replicó—. Honestamente
lamento la muerte de todos esos hombres, y pienso que si ese gremio no
desaparece por mano nuestra lo hará cuando todos sus miembros mueran en el
Despoblado.
— ¿Un acto de misericordia, entonces?—Niklas no ocultó la
burla, ni en su mirada ni en su voz, pero Balahad no se inmutó—No imaginé que
tuviéramos tantos motivos para eliminar un gremio, tanto prácticos como
humanitarios.
—Conformamos el Concilio de Fonthalari y debemos velar por
ella sin importar nuestros motivos personales—atajó el Árbitro—. Las muertes no
pueden reponerse, pero podemos evitar que tragedias como ésta vuelvan a
ocurrir.
Aquella noche Balahad no dejaba de pensar en lo sucedido. Encerrado
en su estudio con la ventana entreabierta y las velas encendidas leyó varias
veces su copia del reporte del Capitán Supremo; tenía su sello, pero le había
bastado leer las primeras dos líneas para descubrir al autor original. Murmuró
para sí y tomó algunos apuntes.
Un repentino aleteo y un ulular lo distrajeron. Alzó la vista
y alargó la mano para abrir más la ventana y permitirle a la lechuza entrar,
desató el pequeño pergamino que traía dentro de una bolsita atada en su pata y
le acarició el lomo. El animal ululó y se marchó raudo, abriendo las alas a la
noche.
—Ahora veamos quién te contrató, Hijo de la Tempestad—musitó
con tono emocionado mientras desenrollaba el pergamino.
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