viernes, 11 de septiembre de 2015

Rumores - Fin

Rumores

 Fin


Fonthalari, Torre del Concilio:


Esa tarde el Concilio estaba tan agitado como las olas que rompían en la costa. La reunión había empezado después del almuerzo, un par de horas después del mediodía, y para fastidio de la gran mayoría de miembros se había extendido casi hasta el atardecer.
Balahad Rodel miraba con resignación cómo el sol se iba poniendo lentamente, lamentando en silencio no poder contemplarlo con los pies enterrados en la arena oscura de la playa. Suspiró y volvió su atención al tema que había convertido la apacible reunión en un intercambio de frases poco elocuentes.
— ¡…más de treinta cazadores muertos!—exclamaba un miembro del consejo haciendo aspavientos con las manos— ¡Y ahora su gremio amenaza con sublevarse y unir a otros a su causa!
—Treinta y seis, para ser más exactos—lo corrigió Niklas sin un atisbo de lástima—. Y no olvides a los tres guardias.
— ¡Sólo estás reafirmando mi punto! ¡Es un escándalo!
— ¿Qué sucede, Erek?—Niklas forzó una sonrisa desagradable— ¿Lamentas que tu yerno haya estado entre los muertos? No sé qué esperabas al dejar que tu hija se case con semejante escoria.
—Harías bien en mantener tus narices lejos de mi familia, Niklas— le contestó el aludido con una mirada fría.
—Basta, señores—intervino el Árbitro frotándose las sienes—. Ésta es una reunión del Concilio, no una cháchara de comadres. Un tímido coro de risas lo siguió.
—Las muertes no han sido lo indignante para los familiares de los cazadores, es más, no todos serán echados de menos—dijo otro rascándose la prominente barbilla—. Lo indignante para ellos ha sido no poder darles una sepultura digna. Algunos incluso piden la cabeza del hechicero que según los rumores tuvo la brillante idea de quemarlos.
—Hechicero cuya presencia desconocía, por cierto—intervino Erek nuevamente—. ¿Por qué no fui consultado al respecto? Algunos asintieron en señal de conformidad y clavaron los ojos en el Árbitro; Balahad lo miró de reojo e inspeccionó sus gestos. Nada, absolutamente nada. Él, desde luego, sabía perfectamente lo que había ocurrido.
—Al parecer no todas las cartas llegaron a destino—Jarko Nemiren se disculpó con un gesto—. Ya envié una queja formal al Emporio Marenholtz exigiendo la inmediata destrucción de las mismas.
—Poco o nada importa eso ahora—terció Niklas—. Y sobre el hechicero… Harmut, ¿cierto? Si alguien quiere su cabeza que la intente conseguir por sí mismo y nos encargaremos de justificar la muerte del pobre idiota.
— ¿Valoras más el fantasma de la amistad de un elfo que las vidas de tus conciudadanos?—le preguntó Erek.
—No, valoro más el favor de un hechicero elfo, de sus aprendices y de la ciudad donde viven que la existencia de un condenado gremio fundado por ebrios incapaces de darse cuenta que las sombras de las rocas eran en realidad serpientes.
—Que yo recuerde el reporte del Capitán Supremo es bastante explícito en lo que concierne a la muerte de los cazadores, de los guardias y las circunstancias por las cuales tuvieron que ser incinerados—dijo Balahad—. Circunstancias que las familias deberían agradecer pues es más digno ser incinerado que abandonado en el Despoblado para ser devorado por bestias.
—Balahad tiene razón—lo apoyó el Árbitro—. Respecto a las revueltas no me preocuparía demasiado; no tendrán el apoyo de ningún gremio, más bien lo opuesto. Esta mañana me llegaron cartas del Gremio de Artistas, del Gremio de Pescadores y Navegantes y del Gremio de Taberneros asegurándome que se oponen a las intenciones del Gremio de Cazadores y dejando en claro que para ellos la actitud de nuestros cazadores mancha la reputación de los gremios de la ciudad.
—Al parecer su disolución es cuestión de tiempo—comentó otro—. Será un alivio.
—Ahí tienes, Erek—Niklas sonrió—. ¿Estás más tranquilo ahora? ¿Lo están quienes piensan como tú? Nadie respondió.
—Aún hay un asunto que me preocupa—dijo finalmente el pequeñito Tuom—. ¿Qué eran las bestias que los mataron? ¿Alguien fue capaz de identificarlas?, porque si esas criaturas aparecen nuevamente cerca de caminos o incluso nuestra ciudad temo lo que pueda suceder. A fin de cuentas nuestros cazadores han demostrado ser completamente inútiles. Niklas torció la cara y apoyó la espalda en el respaldar.
—Nadie aquí parece saber lo que son, pero sugiero recurrir al Gremio de Cazadores de Vestergard—respondió Jarko—. Quizás ellos o algún cazador independiente pueden identificarlas. Y si aparecen nuevamente será nuestra Guardia quien se hará cargo, como siempre ha sido.
—Y mantengamos un ojo sobre los cazadores—dijo Niklas— ¿Puedo asumir que cualquier acto de agresión será castigado por la Guardia?
—Lo será—le aseguró el Árbitro seriamente—. Pero lo primordial es evitar llegar a eso.
—Sugiero que emitamos un comunicado ensalzando la valerosa muerte de los cazadores, de los guardias y de los tres valientes que sobrevivieron al enfrentamiento con lo desconocido—dijo Balahad garabateando con su pluma—. Compartamos el dolor con los seres queridos y ofrezcamos contribuir en la construcción de un monumento en el cementerio para que puedan ser honrados.
—De acuerdo, excepto en la construcción del monumento—dijo otro con expresión agria—. Suficientes Esquirlas hemos dejado ir en la recompensa. Quién se hubiera imagino que traerían tantas cabezas…
—Y que parte de ella fue a parar a manos de un hechicero—añadió otro.
—El monumento sólo será posible si el Gremio de Cazadores tiene sus arcas lo suficientemente llenas para pagar la mayor parte, algo que dudo—contestó Niklas—. Muy astuto, Balahad.
—No malinterpretes mis intenciones—le replicó—. Honestamente lamento la muerte de todos esos hombres, y pienso que si ese gremio no desaparece por mano nuestra lo hará cuando todos sus miembros mueran en el Despoblado.
— ¿Un acto de misericordia, entonces?—Niklas no ocultó la burla, ni en su mirada ni en su voz, pero Balahad no se inmutó—No imaginé que tuviéramos tantos motivos para eliminar un gremio, tanto prácticos como humanitarios.
—Conformamos el Concilio de Fonthalari y debemos velar por ella sin importar nuestros motivos personales—atajó el Árbitro—. Las muertes no pueden reponerse, pero podemos evitar que tragedias como ésta vuelvan a ocurrir.

Aquella noche Balahad no dejaba de pensar en lo sucedido. Encerrado en su estudio con la ventana entreabierta y las velas encendidas leyó varias veces su copia del reporte del Capitán Supremo; tenía su sello, pero le había bastado leer las primeras dos líneas para descubrir al autor original. Murmuró para sí y tomó algunos apuntes.
Un repentino aleteo y un ulular lo distrajeron. Alzó la vista y alargó la mano para abrir más la ventana y permitirle a la lechuza entrar, desató el pequeño pergamino que traía dentro de una bolsita atada en su pata y le acarició el lomo. El animal ululó y se marchó raudo, abriendo las alas a la noche.

—Ahora veamos quién te contrató, Hijo de la Tempestad—musitó con tono emocionado mientras desenrollaba el pergamino.

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