domingo, 6 de septiembre de 2015

Rumores - Parte VI

Rumores

 Parte VI


El Despoblado, Oeste de Fonthalari;


En el campamento Owain los esperaba con una antorcha en la mano que alumbraba un semblante preocupado que se crispaba de dolor cuando se mantenía poco minutos de pie. Harmut notó que el dolor en sus piernas había vuelto y con la ayuda de Tharja lo convenció, no sin poco esfuerzo, de dejar que le aplicara nuevamente el antídoto. Mientras el hechicero lo hacía Owain gruñía: —Seré casi inútil si los lobos se acercan demasiado.
— ¿Cuántos viste?—le preguntó Tharja. La oscuridad había caído ocultando a las bestias en un manto de sombras y ya era imposible verlas.
—Una docena al menos.
—A los lobos no les gusta el fuego—comentó Harmut—. Las piras que nos rodean y nuestra hoguera los disuadirán. Un aullido se elevó seguido por otro desde el este y un tercero desde el oeste.
—A menos que estén realmente hambrientos—añadió—. En ese caso tendremos que luchar.
—No tengo escudo, tú no has descansado desde la batalla anterior y Owain no puede ponerse en pie—murmuró Tharja—. Esto no pinta bien.
—No estamos indefensos—replicó el hechicero—. Y tenemos fuego.
— ¿Alguna idea?—preguntó Owain con poco convencimiento. Harmut se tomó unos segundos para contestar.
—Pongan las armas en el fuego, una hoja ardiente cortará su pellejo como si fuera mantequilla. Owain, vigílalas. Tharja, quizás no tengas un escudo pero una antorcha te protegerá igual o mejor contra estas bestias. Y…—se detuvo y sonrió—. Tengo una idea.

Durante las primeras horas de la noche los lobos se contentaron con aullar, manteniéndose alejados de las piras ardientes y la colina, pero cuando la fuerza de las llamas empezó a menguar la osadía de las bestias aumentó e impulsadas por los aullidos y gruñidos del macho alfa se acercaron lentamente, mostrando sus figuras a la luz de las piras.
—Realmente están hambrientos—Harmut observaba mientras hacía girar su cetro.
—Cierran el círculo—añadió Tharja. En una mano sostenía su espada al rojo vivo y en la otra una antorcha—. Atacarán pronto.
—Owain, ¿estás listo?—le preguntó el hechicero.
—Sí, pero no estoy seguro de que esto funcione. Es…ridículo.
—Funcionará—Harmut sonrió—. Siempre y cuando apuntes bien.
Un aullido se elevó a la noche desde un lugar muy cercano, le siguió un silencio sepulcral y finalmente una figura canina casi del tamaño de un caballo, con el pelaje erizado, las orejas bajas y enseñando los colmillos saltó hacia ellos entrando en la zona iluminada por la hoguera.
Harmut lo recibió con un torrente chispeante que lo golpeó en la cabeza. La bestia se detuvo en seco, perdió el equilibrio por los espasmos musculares que atacaron sus patas y su pelaje se erizó aún más. Gimiendo intentó darse la vuelta y retroceder a las sombras pero una lanza ardiente le perforó el costado y lo derribó.
De inmediato otros tres lobos atacaron desde ángulos distintos. Harmut frenó la carga de uno con un nuevo ataque, Tharja dio el encuentro al segundo blandiendo la antorcha para distraerlo, esquivó su mordisco y lo mató con una estocada en la garganta. Owain, arrodillado en el suelo, había tomado un fardo ardiente por la correa y lo hacía girar por encima de su cabeza como si se tratara de una boleadora, y lo lanzó contra el tercer lobo acertándole en la cabeza y cubriéndolo de llamas. La bestia aulló aterrada y corrió en dirección opuesta intentando quitarse el fuego y dando dentelladas, hiriendo y prendiendo a dos lobos que esperaban cerca. Harmut aprovechó y tras un instante de concentración invocó un rayo. Los aullidos y gemidos que siguieron al estruendo revelaron que había golpeado a algunos.
Pero ello no era suficiente para disuadirlos. Un último aullido y la jauría al completo se precipitó contra ellos encabezada por un enorme lobo negra de ojos rojos que escupía espuma por las fauces abiertas de par en par. Una salva de fardos ardientes y una cadena de rayos los recibieron, matando o haciendo huir a los primeros. Owain, gritando los nombres de sus compañeros caídos, se levantó y blandiendo su espadón al rojo vivo cargó contra tres bestias, y Tharja envuelta en una esfera de relámpagos, enfrentó y derribó a otros dos.
Fue entonces cuando Harmut reparó en el macho alfa y sostuvo la mirada de la bestia, desafiándola. Y el lobo fue hacia él. Era lo que quería. En su mano libre sostenía un frasquito pequeño cuyo contenido oleoso sólo alcanzaría para una vez, pero no necesitaría más. Lo destapó. Sus compañeros estaban lo suficientemente lejos como para no verse afectados. Se lo llevó a los labios, aguantó la respiración y lo ingirió de un trago. De inmediato sintió una erupción de calor abrazador que tras nacer en su estómago trepaba por su esófago hasta su garganta. Echó la cabeza hacia atrás y con un súbito movimiento se inclinó ligeramente hacia el frente al tiempo que abría la boca y exhalaba. Una llamarada amarillo rojiza brotó rugiendo y bailando engullendo al lobo negro y a las bestias más cercanas.
Aquello bastó. Ver a su macho alfa ser incinerado en un parpadeo extinguió todo instinto excepto el de supervivencia y los lobos que seguían vivos y podían correr se dieron media vuelta y emprendieron una alocada fuga, rodando por la pendiente y golpeándose con las rocas, estrellándose contra las piras y envolviéndose en fuego acosados por el terror de una amenaza que no podían enfrentar.
Cuando acabó Harmut tapó el frasquito, lo guardó y respiró aliviado; había estado muy cerca. Buscó con la mirada a sus compañeros, quienes más allá del agotamiento, los golpes, las heridas y la sorpresa por cómo había acabado todo parecían estar bien, y entonces se acercó al lobo negro, que estaba más negro que nunca y seguía ardiendo, y le echó una mirada. No recordaba haber visto antes a uno tan grande.
— ¡Harmut! ¡Hechicero condenado!—le gritó Owain. Caminaba hacia él usando su espadón como bastón y ayudado por una sorprendida Tharja— ¡Qué rayos fue eso!
—La llaman Aliento de Dragón—Harmut se encogió de hombros—. Creí que la conocías.
— ¡Claro que la conozco, ¿acaso te hice una pregunta?!— el hombretón de detuvo a un par de metros. Todo apestaba a azufre y pellejo calcinado— Lo que quiero saber es por qué no la usaste antes.
—Conozco los riesgos, tanto los que yo corría si lo usaba en mal momento como los que corrían ustedes—su gesto se ensombreció—. Mira alrededor y dime si no tomé los riesgos en el momento preciso.
—Aliento de Dragón—repitió Tharja mirando alrededor—. Nunca antes había visto sus efectos.
—No es agradable ni para quien la usa ni para quien la sufre, te lo aseguro—el hechicero miró con desagradado su obra—. ¿Puedes caminar, Campeón?, odiaría pasar la noche aquí.
—Puedo, lo suficiente al menos para alejarnos de este lugar maldito—el aludido rebuscó en su fardo—. La poción ésta debería curar estos rasguños.
—Cargó contra tres lobos y sólo recibió unos “rasguños”—comentó Tharja.
—Y aun así tiene peor aspecto que tu—una sonrisa misteriosa cruzó el rostro de Harmut—. Te dije que el fuego ayudaría.

Dejaron la colina, que bautizaron con el nombre de Tumba Chamuscada, y cargando cada uno con sus fardos y Harmut con la bolsa con las cabezas de las serpientes, dudoso honor que nadie le disputó, caminaron unos cientos de metros hacia al este, buscando un lugar tranquilo donde pasar la noche, y con suerte, dormir un poco.
Fue una silenciosa marcha, lenta al comienzo, pero acelerándose conforme recuperaban sueño y fuerzas y se acercaban a destino. Owain planeaba celebrar una ceremonia en la Torre de la Guardia para honrar a sus hombres caídos e invitó al hechicero a participar y Tharja tardó tres días en escribir el reporte para el Capitán Supremo y no habló sobre lo que había escrito, y nadie le preguntó.
Harmut pensaba en lo que haría la primera noche a su retorno a Fonthalari. Iría a la misma taberna, se sentaría en la misma mesa y cruzaría miradas con el tabernero, a la espera de que le indicara que podía pasar a la trastienda, lo que normalmente sólo ocurría cuando los únicos parroquianos que no se habían marchado o caído dormidos eran incapaces de enlazar dos palabras coherentes. Quizás, pensaba, esa noche sería una excepción, y antes de lo previsto tendría una copa de vino en una mano y delante de él una persona oculta por las sombras de la habitación le pediría su propio reporte.

Llegaron cuando la noche caía y Owain se vio obligado a gritarles órdenes a los distraídos guardias que vigilaban la puerta norte para que les permitieran entrar, amenazándolos con reportarlos. Los guardias palidecieron cuando los vieron solos, y una mirada del Campeón bastó para cerrarles las bocas, al menos hasta la mañana. Sabían que cuando el amanecer llegara y las noticias se extendieran la ciudad se vería mucho más alborotada de que costumbre.
Se separaron en las puertas del complejo de la Torre de la Guardia. Harmut se despidió y entregó la bolsa de cuero a Tharja diciéndole que se la entregara al Capitán Supremo junto con su reporte para que enviara ambos al Concilio, y tras prometer estar presente en la ceremonia de honra para los caídos se marchó envolviéndose en su capa. Lo siguieron con la mirada hasta que se perdió en una esquina; Tharja sonreía y si bien Owain fruncía el ceño había agradecimiento en su mirada.

El Campeón fue directamente a su cuartel para anunciar su solitario retorno y buscar los apellidos de sus caídos para al día siguiente darles las malas nuevas a sus familias mientras la Doncella del Escudo se encaminó a la Torre de la Guardia sujetando una bolsa con un contenido repugnante y un sobre con un reporte no más agradable. 

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